El 25 de abril de 1985 marcó un momento trascendental en la historia de la Monarquía española: los restos mortales de la Reina Victoria Eugenia de Battenberg, esposa de Alfonso XIII y abuela del Rey Juan Carlos I, fueron trasladados al Real Monasterio de San Lorenzo de El Escorial, junto con los de sus hijos, los Infantes Alfonso, Jaime y Gonzalo de Borbón y Battenberg. Este año, 2025, se conmemoran 40 años de aquel solemne acto, un evento cargado de simbolismo que cerró un capítulo de exilio y reunió a la Familia Real española en su panteón histórico.
Victoria Eugenia Julia Ena de Battenberg (1887-1969), nacida en el castillo de Balmoral, Escocia, fue una figura clave en la historia de la Monarquía española. Nieta de la Reina Victoria del Reino Unido, contrajo matrimonio con Alfonso XIII en 1906, convirtiéndose en Reina consorte de España. Su vida, sin embargo, estuvo marcada por desafíos personales y políticos. Portadora del gen de la hemofilia, transmitió la enfermedad a algunos de sus hijos, lo que añadió una carga emocional a su papel como madre. Políticamente, su reinado coincidió con un periodo turbulento que culminó con la imposición de la Segunda República el 14 de abril de 1931, tras el golpe de estado de la izquierda, forzando a la Familia Real al exilio.
Tras abandonar España, Victoria Eugenia y Alfonso XIII se separaron, y ella se estableció en Lausana, Suiza, en 1939, donde vivió hasta su muerte el 15 de abril de 1969. Fue enterrada inicialmente en la iglesia del Sacre Coeur de Lausana, con una sencilla inscripción que reflejaba su dignidad regia. Sus hijos Alfonso (fallecido en 1938), Jaime (1975) y Gonzalo (1934), también murieron en el exilio, víctimas de accidentes o circunstancias trágicas. Durante décadas, los restos de la Reina y sus hijos permanecieron fuera de España.
El regreso de la Monarquía a España en 1975, que supuso la primera democracia en el Reino, con la proclamación de Juan Carlos I como Rey, abrió la puerta a la repatriación de los restos de la Familia Real. En 1980, los restos de Alfonso XIII fueron trasladados desde Roma al Panteón de Reyes de El Escorial, un acto que sentó un precedente para la reunificación simbólica de la dinastía. Cinco años después, en 1985, le tocó el turno a Victoria Eugenia y sus hijos, un evento que no solo tuvo un carácter dinástico, sino también un profundo significado para la reconciliación histórica de España.

Los preparativos del traslado
El traslado de los restos mortales de Victoria Eugenia y sus hijos fue una operación meticulosamente planificada, coordinada por la Casa Real y el gobierno español. Según fuentes de la Zarzuela, el proceso comenzó a gestarse meses antes, con negociaciones diplomáticas para gestionar el traslado desde Lausana y Estados Unidos, donde reposaban algunos de los restos. El gobierno de Felipe González, en el poder desde 1982, apoyó la iniciativa, viendo en ella una oportunidad para reforzar la imagen de la Monarquía como símbolo de continuidad y unidad en la joven primera democracia española.
Los restos de Victoria Eugenia fueron exhumados de la iglesia del Sacre Coeur en Lausana, mientras que los de los infantes Alfonso y Gonzalo fueron trasladados desde otros lugares, incluyendo Estados Unidos. Los féretros llegaron a España por vía aérea, aterrizando en el aeropuerto de Barajas la tarde anterior al 25 de abril. Desde allí, fueron trasladados bajo estrictas medidas de seguridad hasta el Monasterio de El Escorial, donde se preparó una ceremonia solemne que combinaría el protocolo Real con la sobriedad propia de un acto fúnebre.
La ceremonia del 25 de abril de 1985
El 25 de abril de 1985, un cielo gris y sombrío recibió a los restos mortales de la Reina y sus hijos en la lonja del Monasterio de El Escorial, un lugar cargado de historia donde reposan los Reyes de las casas de Austria y Borbón. La ceremonia, presidida por los Reyes Juan Carlos y Sofía, fue un acto de profundo simbolismo, que reunió a la Familia Real, representantes del gobierno y dignatarios en un homenaje a la memoria de Victoria Eugenia.
A las 12:40, los féretros, transportados en armones de artillería y escoltados por alabarderos de la Guardia Real, llegaron al monasterio. Victoria Eugenia recibió honores de jefe de Estado, un reconocimiento a su papel como Reina consorte y abuela del Rey reinante. Don Juan de Borbón, conde de Barcelona y único hijo varón vivo de la Reina, desempeñó un papel central, entregando solemnemente los restos de su madre y hermanos al Rey Juan Carlos, en un gesto que simbolizó la continuidad dinástica.
En la basílica del monasterio se celebró una misa fúnebre, oficiada por el subprior Gabriel González del Estal y un grupo de sacerdotes agustinos, custodios del monasterio desde 1885. Los Reyes, acompañados por las Infantas Elena y Cristina, ocuparon un lugar preferente. Juan Carlos, vestido con uniforme de capitán general, y Sofía, con traje oscuro y mantilla, reflejaron la solemnidad del momento. Al concluir el funeral, los restos de Victoria Eugenia fueron trasladados al pudridero real, una cámara donde los cuerpos reales permanecen hasta que se reducen para su depósito final en el Panteón de Reyes. El ministro de Justicia, Fernando Ledesma, actuó como notario mayor del reino, dando fe del acto.
Los restos de los Infantes Alfonso y Gonzalo fueron destinados al Panteón de Infantes, mientras que los de Jaime, fallecido más recientemente, también pasaron por el pudridero. Este proceso, que puede durar entre 25 y 40 años, responde a una tradición centenaria que asegura que los restos encajen en los pequeños sarcófagos del panteón.
El traslado de los restos de Victoria Eugenia y sus hijos tuvo un impacto que trascendió lo ceremonial. En el contexto de la transición democrática, el acto reforzó la legitimidad de la Monarquía restaurada, presentándola como un puente entre el pasado y el presente. La presencia de Felipe González y otros representantes del gobierno subrayó el consenso político en torno a la Corona como símbolo de estabilidad.
Para la Familia Real, el evento fue profundamente personal. Juan Carlos, que había perdido a su hermano Alfonso en un trágico accidente en 1956, vio en el traslado una forma de honrar a su abuela y cerrar las heridas del exilio. Don Juan de Borbón, que había asistido al traslado de su padre en 1980, expresó una contenida emoción al despedir a su madre y hermanos, uniendo su memoria al legado de la dinastía.
En 2011, tras 26 años en el pudridero, los restos de Victoria Eugenia fueron trasladados al Panteón de Reyes, ocupando el sarcófago número 24, frente al de Alfonso XIII. Esta colocación, junto a un esposo del que vivió separada, añadió una nota de ironía histórica a su descanso final. Los restos de los Infantes también encontraron su lugar en el Panteón de Infantes, completando la reunificación de la familia.
En 2025, el 40 aniversario de este traslado ofrece una oportunidad para reflexionar sobre la vida de Victoria Eugenia y su papel en la historia española. Su figura, marcada por la elegancia, el deber y la tragedia, sigue siendo un recordatorio de los desafíos que enfrentaron los Borbones en el siglo XX. El Monasterio de El Escorial, como panteón dinástico, continúa siendo un símbolo de la permanencia de la Monarquía, incluso en tiempos de cambio.


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