La intervención del Rey Felipe VI en la apertura del 80.º período de sesiones de la Asamblea General de las Naciones Unidas revestía una carga simbólica significativa: no solo porque coincide con el 80.º aniversario de la ONU, sino también con el 70.º aniversario de la incorporación de España al organismo. Después de nueve años sin dirigirse a la Asamblea (su última participación fue en 2016), el acto recupera una tradición institucional para situar a España como actor diplomático activo en momentos de crisis globales.
El Rey inició su discurso recordando que vivimos en un mundo “trepidante y desbocado” donde “no faltan voces que preconizan el fin del multilateralismo”, en el que la cooperación entre Estados está sometida a tensiones crecientes. Frente a ello, Felipe VI reafirmó su convicción de que las Naciones Unidas no solo siguen siendo útiles, sino que son “imprescindibles e insustituibles” para sostener el orden internacional basado en el Derecho.
Ese planteamiento inicial sirve como eje vertebrador: el multilateralismo frente a la lógica de fuerza; la cooperación frente al unilateralismo; el Derecho frente a la arbitrariedad.
El Rey lanzó un contundente llamado al valor de las instituciones globales: destacó que muchas voces proclaman la obsolescencia de la ONU ante las crisis actuales, pero recordó que “nosotros los pueblos de las Naciones Unidas” comenzaron su andadura con promesas: la paz, la dignidad, la igualdad, la justicia, el progreso. Felipe VI cuestionó cuántos de esos ideales han quedado en el camino o han sido ignorados, y planteó que el hecho de que esas preguntas persistan es la prueba de que la ONU sigue siendo esencial.
Asimismo, reconoció a quienes trabajan dentro de la institución como “custodios de la memoria del siglo XX y garantes de las esperanzas del siglo XXI” , apelando a su responsabilidad en momentos de crisis.
Este fue uno de los pasajes más sentidos y que mayor repercusión mediática ha tenido. Felipe VI exigió que se detenga “ya la aberrante masacre” en Gaza, condenó la devastación, los bombardeos que alcanzan hospitales, escuelas y refugios, así como el desplazamiento masivo de población civil.
Aunque reconoció el derecho de Israel a defenderse —y condenó “el execrable terrorismo de Hamás” del 7 de octubre de 2023—, subrayó que esa defensa debe sujetarse al Derecho Internacional Humanitario y a las normas que protegen a la población civil. Felipe VI instó al acceso urgente e incondicional a la ayuda humanitaria, al cese del fuego con garantías y a la liberación de los rehenes retenidos por Hamás.
Es notable que, aunque algunos gobiernos y discursos en la ONU han utilizado el término “genocidio” para referirse a la situación en Gaza, el Rey optó por evitar esa palabra, ya que no es apropiada, manteniéndose en denuncias de “masacre” y apelaciones al Derecho Internacional.

En cuanto a Palestina, Felipe VI reafirmó la necesidad de avanzar hacia la creación de un Estado palestino viable que conviva con Israel en paz y seguridad.
Aunque el énfasis informativo se centró en Gaza, el Rey no omitió referencias a otras crisis globales. En líneas generales, defendió el respeto al Derecho Internacional, especialmente frente a agresiones como la rusa en Ucrania, y llamó a velar por mecanismos que eviten la impunidad de las violaciones de normas internacionales.
Ese pasaje sirve para enmarcar su discurso en un contexto global: no solo hay un conflicto en Oriente Medio, sino un desafío estructural al sistema de normas que regula la convivencia entre Estados.
Felipe VI también hizo alusión al vínculo entre las crisis humanitarias, los derechos humanos y los retos migratorios. En su discurso respaldó la aplicación plena del Pacto Mundial sobre inmigración y Refugiados, recordando el deber de los Estados de proteger a las personas desplazadas y vulnerables.
Al subrayar que la dignidad humana “no es negociable” puso el foco en que incluso bajo presiones políticas y estratégicas no pueden cederse los principios esenciales que protegen a los más débiles.
Una característica destacada del discurso es su estilo moderado, institucional y mesurado. Aunque aborda temas fuertemente polarizantes, el Rey evita declaraciones abrasivas o rupturistas que puedan tensionar la política interior. Se dirigen críticas a Israel, pero con matices y apelaciones al Derecho Internacional; no se emplea “genocidio” aunque ese término haya sido demanda del Gobierno.
Este equilibrio refleja la función constitucional del Rey como Jefe del Estado apolítico: tiene que compatibilizar un mensaje de compromiso moral con la prudencia diplomática.
El hecho de que la Casa Real haya mantenido con reserva el texto final y que el discurso se haya calibrado en coordinación con el Gobierno revela la sensibilidad política con que se abordó esta intervención.

