El Mensaje de Navidad de Su Majestad el Rey volvió a adquirir este año una dimensión claramente política e institucional, no por la mención directa a actores concretos, sino por el marco conceptual en el que situó sus palabras. Desde el Palacio Real de Madrid, el Jefe del Estado pronunció un discurso marcado por la apelación a la convivencia democrática, la responsabilidad colectiva y el respeto a los consensos que han sostenido el sistema constitucional durante las últimas décadas.
El Rey inició su intervención con una mirada a la historia reciente para subrayar la importancia de las decisiones compartidas que han definido el rumbo del país. Al recordar que “hace 40 años en este mismo Salón de Columnas del Palacio Real de Madrid se firmó el tratado por el que ingresamos en las Comunidades Europeas”, situó a España dentro de una trayectoria de acuerdos de Estado construidos desde el consenso y la visión de futuro. La referencia a Europa no fue meramente conmemorativa, sino que funcionó como recordatorio del valor de los grandes pactos frente a la fragmentación política actual.
Esa misma idea recorrió su referencia a la Transición, presentada no como un episodio idealizado, sino como un ejemplo de responsabilidad colectiva. “La Transición fue, ante todo, un ejercicio colectivo de responsabilidad. Surgió de la voluntad compartida de construir un futuro de libertades basado en el diálogo”, afirmó el Rey, en una de las frases más significativas del discurso. El énfasis en el diálogo y la responsabilidad aparece como una advertencia implícita en un contexto marcado por la confrontación y la desconfianza institucional.

La defensa del marco constitucional ocupó también un lugar central en el mensaje. El Rey recordó que “fruto de aquel impulso fue nuestra Constitución de 1978, el conjunto de propósitos compartidos sobre el que se edifica nuestro presente y nuestro vivir juntos, un marco lo bastante amplio para que cupiéramos todos, toda nuestra diversidad”. Con estas palabras, reafirmó el carácter integrador de la Constitución y el papel de la Corona como garante de ese espacio común, en el que la pluralidad se articula dentro de unas reglas compartidas.
El discurso no se limitó al plano institucional. El Rey introdujo una referencia explícita a las dificultades sociales que afectan a una parte significativa de la población, especialmente a los más jóvenes. “Muchos ciudadanos sienten que el aumento del coste de la vida limita sus opciones de progreso; que el acceso a la vivienda es un obstáculo para los proyectos de tantos jóvenes”, señaló, incorporando al mensaje una dimensión social que ha sido destacada en el análisis posterior. La mención directa a estos problemas refuerza la imagen de una Jefatura del Estado atenta a la realidad cotidiana y consciente de los desafíos estructurales del país.
El mensaje concluyó con una interpelación directa a la sociedad en su conjunto, en uno de los pasajes más comentados del discurso. “Preguntémonos, sin mirar a nadie, sin buscar responsabilidades ajenas: ¿qué podemos hacer cada uno de nosotros para fortalecer esa convivencia? ¿Qué líneas rojas no debemos cruzar?”, planteó el Rey. La pregunta, formulada sin señalar culpables concretos, establece sin embargo la existencia de límites y apela a la responsabilidad individual como condición indispensable para preservar la convivencia democrática.

El Mensaje de Navidad volvió a confirmar el papel de la Corona como institución moderadora y estabilizadora, alejada de la lógica partidista y centrada en la defensa del marco constitucional. En un contexto político y social marcado por la polarización, el Rey optó por un discurso de continuidad institucional, memoria compartida y llamada explícita al respeto de las reglas comunes que hacen posible el vivir juntos.

