La Boda de Alfonso XII y María Cristina de Habsburgo-Lorena
Los Reyes, no hace tampoco mucho tiempo, casaban por cuestiones de Estado, porque sus matrimonios eran eso, un asunto del Reino que no podía entenderse de otra forma. Sus bodas eran concertadas, incluso muchas de ellas, estando aún en las cunas. Se intentaban crear alianzas, o permanecer neutrales, y eso daba matrimonios mal avenidos, Reinas desconsoladas y multitud de hijos de padre «desconocido» aunque en muchos casos, acababan bien acomodados.
Pero las sociedades van cambiando, y con ellas sus Coronas, aunque más lentamente. Cosas del destino, el Rey Alfonso XII, pudo comprobar de primera mano que era casarse por amor y por cuestiones de estado. Su primera boda fue todo un flechado, no así la segunda, que posiblemente naufragara por el recuerdo vivo de su Reina Mercedes. Y no sería porque su segunda esposa, la archiduquesa de Austria María Cristina de Habsburgo-Lorena, no intentara enamorar, o al menos retener, al díscolo esposo que le había tocado en suerte.
Alfonso XII se encontró viudo y sin descendencia, por lo que tomar una segunda esposa se hacía imprescindible para la continuidad de la dinastía, y aunque se le hacía doloroso poner a su lado a una segunda mujer, sus obligaciones, y la insistencia de un Cánovas preocupado por no dejar a la Corona sin una continuidad tan pronto como fuera posible, obligaron al Rey a ir eligiendo entre las princesas casaderas
Un 29 de noviembre de 1879, Alfonso XII pasaba por el altar por segunda vez. No era como con su graciosa Infanta Española con acento andaluz, que tantos quebraderos de cabeza diera a Cánovas del Castillo y a la Reina Isabel II, no por ella claro está, sino por el padre que la había engendrado al lado de la Infanta Luisa Fernanda, tía de Alfonso y esposa del Duque de Montpensier Antonio de Orleans, que fuera partícipe activo de la revolución de 1868, que derrocó a su cuñada Isabel II, con el propósito de hacerse con la corona Española. Pero el corazón pudo más y Alfonso y Mercedes se casaron. Pesó mucho esta historia de amor, de tan solo 5 meses, en el Rey Alfonso.
Se dice, que la infanta Eulalia, hermana del Rey, contaba que Alfonso XII le había confesado por carta desde Francia, donde acudió a conocer a su segunda esposa, que era una lástima que gustándole más la madre, tuviera que casarse con la hija. Así empezaba una relación que estuvo marcada siempre por la distancia y fríos encontronazos.
Como buena Archiduquesa de Austria, Maria Cristina fue educada para poner sus deberes por encima de sus sentimientos, lo que impidió que, siendo ya Reina, hiciera las maletas para volverse a la corte de Viena en más de una ocasión. Razones no la faltaban, todas ellas con nombre de mujer, de otra mujer.
La segunda mujer de Alfonso era del agrado de todo el mundo, menos, curiosamente, del pueblo de Madrid, que prefería a «aquella infanta Española que tanto gracia les hacía» pero es posible, que María Cristina de Habsburgo fuera colocada por el destino para vigilar y transmitir una corona huérfana cuando Alfonso XII murió dejando un hijo póstumo. ¿Habría María de las Mercedes aguantado la presión de ser la regente? nunca lo sabremos.
Conocida por el pueblo español como «Doña Virtudes» lo que suponía un apodo despectivo, se convertiría en una de las mejores bazas de la Reina, y por suerte para el Reino de España, pues con sus acierto y errores, que también los tuvo, mantuvo la paz y la tranquilidad en el Reino tras el fallecimiento de Alfonso XII.
El primer encuentro de los futuros esposos fue en la localidad francesa de Arcachón, de allí se llevó Alfonso XII un mal sabor de boca. No le gustó su futura esposa, ni le atrajo de ninguna manera y su impostura fría y de Archiduquesa de Austria le echó para atrás. El Rey Alfonso se había criado en una corte más relajada que la Austriaca, y los años de exilio habían hecho de él un joven alejado de la pompa y el protocolo. Por el contrario, María Cristina se había criado en la Corte Imperial de los Habsburgo y tenía un concepto de la dignidad imperial que al Rey no gustaba. Curiosamente, esa dignidad imperial hizo posible que se mantuviera el trono para Alfonso XIII cuando «Doña Virtudes» quedó viuda y supo dirigirse con templanza y rigor por el duro camino de la regencia, sorteando la siempre difícil política española, que ya en aquellos tiempo, miraba mas, a izquierda y derecha, a su propio ombligo.
Alfonso fue al altar con el mismo espíritu de sacrificio y servicio con el que había ido a la guerra contra los Carlistas. Sabía cual era su responsabilidad y así la ejerció, quizás pensando que si pronto tenía un heredero varón, poco a poco podría ir alejándose de aquella mujer a la que no quería y que no le atraía absolutamente nada.
La boda se celebró en la Real Basilica de Atocha. Desde primera hora del 29 de noviembre, las bandas de música de todas las guarniciones de Madrid, fueron recorriendo las calles más céntricas de Madrid. Calle Mayor, la Puerta del Sol, la Calle Alcalá.
En esta ocasión, la Reina Isabel II sí acudió a la boda, no como ocurriera con aquella primera con la hija de su odiado Antonio de Orleans. A Isabel II le gustaba Maria Cristina y en muchos momentos fue un apoyo, o más bien quien la mantuvo serena, tras las desavenencias maritales que tuvieron desde el principio de su matrimonio.
El primero de los vástagos de la Real pareja no se hizo esperar. Pareciera que Alfonso XII quisiera acabar pronto con aquel negocio de Estado, y nueve meses después nacería la Infanta Mercedes, que desde la muerte de su padre y el nacimiento de su hermano Alfonso XIII, fue princesa de Asturias hasta su propia muerte.
El matrimonio jamás tuvo un momento de pasión o amor sincero. Desde el primer momento, el Rey siguió consolando su pena por la perdida de su verdadero amor, la fallecida Reina Mercedes, con varias mujeres, teniendo alguna de ellas de forma fija. Estas infidelidades, de sobra conocidas por la corte, el pueblo y la Reina, hicieron que María Cristina se encerrara aun más en si misma.
Ciertamente, la Reina Maria Cristina, fue un bálsamo para la política española, que tuvo en sus 17 años de regencia el periodo más tranquilo de todo el silo XIX. España venía de una guerra por la independencia, que se iniciara en1808, contra Napoleón; un Reinado, el de Fernando VII, que se caracterizó por su absolutismo; una reina niña, Isabel II, que acabó destronada por quienes querían hacerse con una corona tambaleante; unas guerras carlistas de quienes no aceptaban la tradición española, que cambiara Felipe V, en la que las mujeres si podían reinar si no tenían hermanos varones; el Reinado de un Italiano, Amadeo I de Saboya, que salió de España con una lección aprendida, «los españoles son los primeros en destruirse los unos a los otros» y una I república desastrosa, que durara escasamente 9 meses y que presidieran hasta 5 presidentes, aunque en su beneficio cabe destacar, que no fuera sangrienta como la II, y no desencadeno una guerra civil, provocada por quienes la habían impuesto.
María Cristina, que casó convencida de poder enamorar al Rey, o al menos tener un compañero de viaje, vio partir a su esposo un 25 de noviembre de 1885, con dos niñas pequeñas y un hijo póstumo, del que aun no se sabía el sexo. Se comportó toda su vida con una rectitud intachable y vigiló de forma extraordinaria el Trono de su hijo Alfonso XIII. Como se suele decir, una bendición para la convulsa historia de España.