La Inmaculada Concepción es la Patrona de la Infantería Española desde 1555 gracias al milagro que obró sobre los Tercios.
Intervención divina o un simple golpe de suerte, pero alguna de las dos explica porque los integrantes del Tercio de Bobadilla no cayeran el 8 de diciembre de 1585 en su defensa del monte Empel, situado en una pequeña isla Holandesa. Sin posible defensa, asediados por infinidad de buques y faltos de provisiones, el destino de nuestros Soldados era la muerte segura, por lo que la única salida que les quedó fue rezar y pedir un milagro. Milagro que se produjo la mañana del 8 de diciembre, cuando uno de los ríos apareció congelado y el Tercio pudo cargar contra el enemigo, obteniendo una victoria que nadie hubiera esperado.
La Inmaculada Concepción se convertía de esta forma en la patrona de la Infantería Española, ya que, según cuenta una de las muchas leyendas, uno de los soldados del Tercio encontró enterrada una imagen de la Virgen pintada en madera justo el día antes de la batalla, a la que se aferraron con fuerza y pusieron en sus manos sus plegarias. Esto, llenó de moral a nuestros fervientes soldados, que consideraron el hielo como un regalo divino.
En el año 1555, el Rey Carlos I entregó a su hijo Felipe II el gobierno de España y los estados de los Países Bajos. El Rey, cedía de esta modo, las que siempre había considerado como sus tierras favoritas. El cambio de gobierno no gustó a los habitante de la región, que tenían a Felipe II como un Rey extranjero. Había nacido en España, su lengua materna era el portugués y no había pisado en su vida los Países Bajos. Los Flamencos se vieron gobernados por extranjeros, tal y como habían hecho ellos en Castilla cuando el Rey Carlos I se hizo con la Corona.
Las tensiones religiosas jugaron un papel muy decisivo, quedando Europa dividida entre Católicos y Protestantes, siendo ambos bandos irreconciliables. Sin poder evitar el enfrentamiento que estaba latente desde hacía años, los territorios de los Países Bajos se unieron contra Felipe II, mandando el Rey varios Tercios hacia el territorio para terminar con las pretensiones de independencia rebelde. Acababa de iniciarse la «Guerra de los ochenta años».
Durante años, se produjeron un centenar de combates en territorio Flamenco, los cuales dejaron un rastro de miles de vidas y sangre española. A pesar de las victorias españolas a finales del siglo XVI había muchas plazas en poder de los rebeldes. Cuando Alejandro Farnesio recuperó Amberes en 1585, se sintió en condiciones de acudir a las «Islas de Gelanda y Holanda», donde sus poblaciones católicas estaban siendo oprimidas por los rebeldes protestantes.
Tomada la decisión de ataque, los Terción se dirigieron al Norte de Brabante con la misión de sofocar las revueltas. A la fuerza militar del Conde Carlos Mansfelt, se unió la de Don Francisco de Bobadilla, militar con una extensa hoja de Servicios.
Bobadilla, con sus fuerzas, fue ordenado ocupar la orilla meridional del río Mosa, que corta los Países Bajos de este a oeste con una extensión de casi 1.000 km.
«Mansfelt llegó a la orilla meridional del Mosa, donde hizo acuartelar el grueso, y mandó a Bobadilla que ocupara la isla de Bommel. Esta isla –el Bommelward– tiene unos 25 Km. de este a oeste, 9 de anchura máxima de norte a sur, y está formada por los ríos Mosa y Vaal, que se aproximan mucho al Este de la isla, y están comunicados por brazos de unión en ambos extremos (…). La comarca es baja, fértil y bien trabajada», completan Más y de Toca.
Sin dudarlo, Bobadilla cruzó el río con casi 4.000 hombres y tomó este minúsculo terreno de escasa importancia para los rebeldes. A su vez, envió varias patrullas a proteger los diques de contención construidos para evitar que el agua anegara la isla. Y es que, si el enemigo tomaba varios de ellos, podría llegar a inundar Bommel y lanzar sobre los españoles toda la potencia contenida de los ríos. Con el terreno conquistado, Mansfelt partió hacia Harpen, a 25 Km. de la isla, dejando al Maestre de Campo al Mando.
Por su parte, los rebeldes no lo dudaron ni un segundo y, aunque la pérdida de la isla de Bommel no significaba ni mucho menos un golpe de efecto, decidieron armarse para dar, por fin, una lección a los Tercios hispanos. «Los rebeldes juntáronse en Holanda y Gelanda y armaron y guarnecieron de muy buena infantería más de doscientos navíos, entre grandes y pequeños, porque viendo las fuerzas españolas encerradas en la isla de Bommel les creció un ánimo extraordinario de anegarlos y deshacerlos y quitar de aquella vez el yugo español que tenían sobre sus hombros», añade en su ya antigua obra Vázquez.
El Tercio de Bobadilla tuvo que retirarse a Empel cuando la isla quedó inundada
Al mando de la armada rebelde se distinguía el Conde de Holac, quien, impulsado por el odio a los españoles, ordenó un ataque masivo desde sus buques. «A la isla se arrimaron los rebeldes con su armada y cortaron dos diques junto a la villa de Bommel; pero el que está entre los lugares de Dril y Rosan, que es donde Francisco de Bobadilla tenía alojados y repartidos los tres tercios españoles ya nombrados, no lo pudieron cortar aunque lo intentaron por muchas y diversas partes. (…) D. Francisco con su experiencia y valor había repartido las guardias de manera que, aunque los rebeldes acometieran por cualquier parte, hallaran mucha resistencia», señala el militar.
A continuación, y sin ninguna piedad, los rebeldes abrieron los diques que habían conseguido tomar por la fuerza. Así, en apenas unos minutos, el agua se lanzó sobre los tercios españoles con más fuerza que una carga de caballería pesada. Bobadilla, casi sin tiempo de reaccionar, ordenó a sus hombres abandonar el campamento y dirigirse con la mayor celeridad posible hacia una de las posiciones más elevadas de la isla: el monte de Empel.
La batalla acababa de comenzar, al igual que el sufrimiento de los soldados de los Tercios Españoles quienes, totalmente rodeados de buques enemigos y agua, se aprestaron para la defensa decididos a no regalar su vida sin combatir hasta la muerte. Los españoles fueron aquella noche cañoneados con fuego de artillería y mosquetería rebelde hasta la saciedad, algo que aguantaron estoicamente durante horas.
Con la llegada de la noche, los miembros de los Tercios devolvieron el fuego y pusieron en fuga a sus enemigos. Se acababa de ganar una pequeña batalla que podría haber decidido la guerra si los españoles hubieran sido derrotados. Por su parte, Holac, asombrado ante la tenacidad de los defensores, decidió retirar sus barcos del alcance de las armas católicas.
Aislados como estaban en un pequeño monte, los infantes españoles sabían que tenían muy pocas posibilidades de salir con vida de aquella situación. Sabiendo las pocas posibilidades que tenían, Bobadilla mandó a un soldado atravesar el bloqueo con una pequeña barca con cargas de auxilio. Entre ellas, una con destino a Mansfelt, que era el mas cercano a ellos.
Los españoles trataron de fortificar el monte a sabiendas que el fuego de los rebeldes podía acabar con ellos fácilmente, al menos, hasta que les llegaran los refuerzos. El auxilio llegaría un día 6 en una carta que Mansfelt envió a Francisco de Bobadilla con una propuesta descabellada. El Conde había planeado asaltar la flota rebelde con unas 50 embarcaciones, con el objetivo de romper el sitio. Solo existía una muy remota posibilidad, pero era la única opción que tenían para salvarlos. Bobadilla armó a su vez 9 barcazas para reforzar el desesperado plan de ataque.
«El jueves 5 de Diciembre por la mañana, llamó el Maestre de campo D. Francisco de Bobadilla a los Sargentos mayores de los tres tercios españoles, y les dio orden de que en las nueve pleytas (tres para cada tercio) embarcasen en cada una diez picas, diez mosqueteros, quince arcabuceros y dos Capitanes escogidos en cada una», destaca Vázquez.
Bobadilla situó a 300 militares para el combate. «Los Capitanes y soldados que los sargentos mayores ya habían señalado para este efecto se confesaron y comulgaron, como siempre que han de pelear lo acostumbra la nación española, y conformados todos de morir o salir con tan honrada empresa, estuvieron esperando la orden y hora en que habían de hacer el efecto».
El asalto no se produjo nunca, ya que los rebeldes aprovecharon su superioridad y arrebataron varias de las posiciones de los Tercios. Si antes era imposible, ahora era un verdadero suicidio. Los españoles ya no tenían ninguna posibilidad de salvación y solo les quedaba morir como héroes, dejando una huella imborrable en la Historia, llevándose cuantos rebeldes pudieran por delante.
La mañana del día 7 de noviembre era el día esperado para la muerte de los Tercios españoles, pero aquella mañana ocurrió el milagro que todos esperaban cuando uno de los soldados encontró lo que cambiaría radicalmente el guión.
«Estando un devoto soldado español haciendo un hoyo en el dique para resguardarse debajo de la tierra del mucho aire que hacía y de la artillería que los navíos enemigos disparaban, a las primeras azadonadas que comenzó a dar para cavar la tierra saltó una imagen de la limpísima y pura Concepción de Nuestra Señora, pintada en una tabla, tan vivos y limpios los colores y matices como si se hubiera acabado de hacer. Acudieron otros soldados con grandísima alegría y la llevaron y pusieron en una pared de la iglesia», añade Vázquez en su obra.
Aquello fue tomado como una intervención divina por los tercios que, después de encomendarse devotamente a la Inmaculada Concepción, recuperaron todas las esperanzas perdidas de poder escapar con vida de aquel monte que, pensaban, se iba a convertir en su tumba.
Los rebeldes enviaron varios emisarios para ofrecer una rendición honrosa a los Tercios españoles, pero fueron tajantes en su negativa. Los Tercios españoles tenían claro que preferían morir en combate que rendirse, por lo que se dispusieron a batirse en armas para librar su última batalla.
El milagro se hizo presente el día de la fiesta de la Purísima Concepción. El 8 de noviembre el agua que rodeaba a las tropas españolas se congelo de forma inexplicable. El gélido viento hizo que ocurriera algo que hacía muchos años no se veía allí y el río quedó convertido en una pista helada.
La inmensa flota rebelde tuvo que abandonar el asedio y retirarse para no quedar encallados, mientras gritaban en español para ser escuchados por los Tercios que «Dios debía ser español, pues había usado con ellos un milagro»
El día siguiente, 9 de noviembre, Francisco de Bobadilla decidió atacar aprovechando su ventaja. Los miembros del Tercio montaron en sus barcazas y atravesaron con ellas el hielo, asaltando el fortín que los rebeldes habían fabricado a orillas del Mosa.
La victoria fue del lado de los españoles, aunque ni siquiera se llego al combate, ya que las tropas enemigas huyeron cobardemente para salvar su vida.
Después del acontecimiento, la Inmaculada Concepción fue tomada patrona de los Tercios y, más tarde, de la Infantería española.
Hermosa lección de Historia. de Devoción Cristiana, de Honor, de Valentía y Pundonor. No hubo de esforzarse mucho el Sr. Calderón para escribir sus versos que ten bien definen a los Soldados de Los Tercios Españoles. Su herederos son tan dignos como sus antecesores: La Fiel Infantería, Infantería de Marina y La Legión. De tal palo….
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