Efemérides
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Felipe I, el Hermoso, Rey consorte de Castilla

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Felipe I, llamado «el hermoso» nació el 22 de junio de 1478, en la ciudad de brujas, falleciendo un 25 de septiembre de 1506. María de Borgoña alumbraba un hijo que recibió el nombre de su bisabuelo, Felipe. Su nacimiento fue recibido con gran alegría en los Países Bajos, que, por primera vez, tendrían un señor natural.

En 1363, Juan II de Francia había cedido a su hijo Felipe de Valóis el atrevido, el ducado de Borgoña, si bien lo hacía en condición de feudo y con la cláusula de que, sin heredero varón, volvería a la corona de Francia. En 1369, Felipe I de Borgoña contrajo matrimonio con Margarita de Flandes, heredera del condado de Flandes, que englobaban las florecientes Ciudades de Gante, Brujas, Duai y Tournai. Muerto Felipe I de Borgoña en 1504, le sucedía su hijo Juan de Nevers, llamado sin miedo, por el valor demostrado en la batalla de Othee contra los de Lieja y en Nicopolis contra los Turcos. Juan sin miedo (1404-1419) incorporo a sus estados el Brabante y Limburgo, siendo asesinado por la escolta del delfín de Francia. Le sucedería Felipe el bueno (1419-1467), figura sobresaliente que ensancharía sus estados con la compra de Namur y la posesión de los condados de Zelanda y Holanda, El señorío de Frisia y el ducado de Brabante. En 1430, instituía la orden del Toisón de oro. En 1433 nacía su hijo Carlos el temerario.

Muerto Felipe el bueno en 1467, heredaba el ducado su hijo Carlos el temerario (1467-1479), el último de los Valóis. La pequeña potencia Borgoñona, dividida en dos partes por el territorio de Lorena, llena de contrastes, con lenguas e intereses distintos, obraba al unísono sostenida por sus ciudades, densamente pobladas y ricas, con una floreciente industria y un activo comercio. Su favor se lo disputaban franceses y habsburgueses, pues Borgoña representaba el equilibrio europeo y uno de los territorios más fértiles de occidente. La misión de Carlos el temerario le llevó a desear la formación de un poderoso reino que abarcará desde Holanda hasta Italia, siendo preciso para ello la conquista de Lorena, Provenza y Suiza. Para conseguirlo necesitaba aliados. La alianza entre Borgoña y hHabsburgo quedó sellada con el matrimonio de María, hija heredera del Duque de Borgoña, con Maximiliano de Austria, hijo y heredero del emperador Federico III. El borgoñón caía derrotado en Nancy, en 1477, Frente a los aliados francos suizos. La muerte prematura del temerario vino acabar con sus sueños de crear un potente reino entre Francia y Alemania.

Luis XI de Francia, al morir Carlos el temerario sin sucesión masculina, reclamó la retrocesión del ducado. Sin embargo, María de Borgoña se negó a semejante situación, lo que condujo a la guerra con Francia. Mientras se desarrollaba la guerra, nacieron Felipe, futuro Duque de Borgoña en 1478 y después Margarita en 1480. Las aspiraciones de Francia de ejercer un poder hegemónico sobre el centro de Europa, fracasaron en beneficio de los Habsburgo. Desde este momento Francia se convertía en enemiga irreconciliable de los Habsburgo, dando lugar a numerosos enfrentamientos.

A la edad de cuatro años, Felipe tuvo la desgracia de perder a su madre. María de Borgoña moría de la edad de 25 años a consecuencia de una desgraciada caída del caballo que le produjo la rotura de varias costillas en 1482. María de Borgoña había dispuesto en su testamento que su esposo, Maximiliano de Austria, se hiciera cargo de la regencia de los estados Borgoña, aunque en el contrato matrimonial, había quedado perfectamente claro que Maximiliano no tendría derecho a la herencia de su esposa. Sin embargo, no todos los estados de los Países Bajos aceptaron la regencia de Maximiliano, por lo que este tuvo que hacer frente a varios levantamientos. Finalmente, tras la muerte de su padre el emperador Federico III, ocurrida en el otoño de 1493, Maximiliano sería llamado a gobernar el imperio por lo que debe abandonar la regencia de los países bajos. Iniciaba el reinado efectivo de Felipe III de Borgoña, quien comprendió perfectamente, frente a los deseos de su padre de construir un estado unificado, que había que respetar el particularismo de cada uno de los pueblos sobre los que iba a gobernar.

La independencia de las provincias sobre las que gobernaba Felipe III de Borgoña, estaba marcado por una fuente descentralización que no conocía capitalidad ni un ideal común, rigiéndose cada una de ellas por sus propias leyes y gobernadores. Por eso Felipe III, obligado a mantener el peso de las tradiciones, después de la alegre entrada, ceremonia con la que tomó posesión de sus estados, confirmó los privilegios de las ciudades, reforzó los vínculos con las familias dirigentes y respeto la pluralidad de la Federación democrática que gobernaba.

Los pueblos que gobernaba Felipe III de Borgoña eran ricos, sus ciudades industriosas y sus gentes vivían con holgura. La población el alegre y bulliciosa. Cualquier festejo era aprovechado para organizar francachelas y desordenadas orgías. Sus costumbres relajadas y la relación entre los sexos no estaba sancionado por las leyes, como ocurría en España. Los burdeles eran visitados tanto por hombres como para mujeres. Era frecuente que las muchachas del pueblo pasaran una temporada en las casas de mancebía para ganarse su dote. Tal era la sociedad y el país en el que se había educado Felipe III, al que sus conciudadanos empezaron a llamar El hermoso por sus bellas prendas físicas.

La relaciones de Castilla con Flandes se remontan al siglo XIII . una vez al año, una gran flota Castellana llevaba los puertos de Flandes un cargamento de lana, hierro, vino y otras mercaderías, que eran permutadas por tejidos y obras de arte.

Las ambiciones hegemónicas de Francia, sobre Centroeuropa y sus intenciones de expansión mediterránea llegaron a Isabel y Fernando a establecer un sistema de alianzas matrimoniales que englobaban a Portugal y a Inglaterra, potencias atlánticas y a los Habsburgo, potencia centroeuropea, con lo objeto de aislar a Francia. Fruto de esta política fueron los matrimonios de la infanta Isabel con el monarca luso Manuel el Afortunado, y de la infanta Catalina con Arturo, Príncipe de Gales. Los Reyes Católicos enviaron como embajador a Francisco de Rojas ante la corte del emperador Maximiliano I de Austria, con la misión de que concertara el matrimonio de sus hijos, Juan y Juana, con Felipe y Margarita, hijos de Maximiliano. La firme oposición de Luis XI de Francia obligo a retrasar los planes matrimoniales. En 1494, se reanudaron las conversaciones, que culminarían con la firma de un convenio para el doble matrimonio, estimulándose que ambas partes renunciarán a las dotes, quedando a expensas de los padres los gastos que ocasionaran el envío de sus hijos al país de los novios. Asimismo, se concluía una alianza general y perenne entre ambas partes.

El 29 de abril de 1495, se celebraba en Worms el matrimonio por procuración entre Felipe III de Borgoña y la Infanta Juana, y por otra parte el de Juan, Príncipe de Asturias, con Margarita Archiduquesa de Austria. El embajador Francisco de Rojas representaba a los Reyes Católicos, quedando ratificados por Maximiliano I los contratos matrimoniales ante los testigos: el arzobispo de Maguncia, Marcuando Brisacher y Juan Fuchmagen, consejeros de Maximiliano I.

Tras largos preparativos, la flota que había de llevar a Juana a los Países Bajos, compuesta por 130 navíos y 15.000 hombres, zarpaba de Laredo, el 21 de agosto de 1496. Juana desembarcó en Arnemuiden, en la isla de Walseren. Felipe que se hallaba en Innsbruck con su padre no puedo recibirla, lo que causó una decepción a la joven desposada. Juana y Margarita de Austria, que habían acudido a darle la bienvenida continuaron viaje a Amberes.

Juana tenía 17 años, una cabeza alargada, la mandíbula superior sobresalía de la inferior, nariz fina y larga, labio inferior grueso, ojos sobresalientes y un poco rasgados, lo que le daba cierto aire exótico que la hacia atrayente, y un cuerpo bien proporcionado. Felipe era un año mayor que su esposa, bien proporcionado de cuerpo ágil y vigoroso, de tez blanca, agraciado de rostro, pero no tanto como la leyenda ha transmitido. El encuentro de Felipe y Juana tuvo lugar en Lierre, el 12 de octubre de 1496. Sin esperar al matrimonio canónigo que estaba fijado para dos días después, impacientes por consumar el acto amoroso, hicieron venir al sacerdote más próximo que fue Diego Villaescusa, deán de Jaén, para que les diera allí mismo la bendición oficial. Aquella misma noche quedo consumada la unión. Para Juana el encuentro con Felipe sería decisivo, desarrollándose en ella una desacerbada pasión que habría de durarle, no ya hasta la muerte de su esposo, si no hasta la de ella misma. Felipe, una vez pasada la novedad se cansó de tanto requerimiento amoroso, pues Juana veía en Felipe más al macho que el esposo. Esta pasión que no atendía a cálculos de reflexiones, se convertiría en una enfermiza obsesión que la llevaría al borde de la locura, al ver como Felipe la trataba con desdén y la dejaba con sus numerosas concubinas de turno.

Los consejeros de Felipe entendieron que los matrimonios que había anudado Maximiliano I favorecían más a la política de los habsburgo. Quizás por esta causa, empezó a mostrarse el desapego de Felipe hacia Juana. Los españoles que habían venido con Juana para servirla fueron desdeñados, nombrándose a flamencos de la confianza de Felipe para los más importantes cargos domésticos de Juana. Por otra parte, tampoco le fueron entregados a Juana, según el contrato matrimonial, los 20.000 ducados de renta que le correspondía, por lo que Juana y sus servidores se encontraban en una total carencia de medios económicos. Las tentativas que hicieron Isabel y Fernando a través de sus embajadores, para arreglar la situación, terminaron en un profundo fracaso.

Inesperadamente, Juana se iba a convertir en la heredera de los tronos de Castilla y Aragón. El príncipe Juan, casado con Margarita de Austria, moría pocos meses después de su matrimonio en 1497, a causa de unas fiebres, aunque su mala salud y la excesiva pasión conyugal, habían contribuido a deteriorar su ya precaria constitución.

De acuerdo con la ley sucesoria, la herencia pasaba a la infanta Isabel, casada con el monarca portugués Manuel el Afortunado. Ante las cortes, reunidas en Toledo, Manuel fue reconocido como príncipe heredero. Las de Aragón, que no admitía la sucesión por línea femenina, se limitaron a reconocer la transmisión de los derechos sucesorios de Isabel, aguardando el resultado del próximo parto de la ya princesa de Asturias. Está dio a luz al príncipe Miguel, el 24 de agosto de 1498, y fallecía ese mismo día. Desde el instante de su nacimiento, Miguel se convirtió en príncipe de Asturias al ser jurado heredero en las cortes reunidas en Ocaña en 1499.

La relaciones entre los monarcas españoles y Felipe empezaron a deteriorarse por la decidida francofilia de éste. El 12 de agosto de 1498, Felipe firmaba con Luis XII de Francia la paz de Bruselas, por la que el Archiduque se comprometía a no reclamar mientras viviera, la Borgoña, recibiendo a cambio tres ciudades, lo que haría exclamar a Luis XII «es más francés que el vino de Borgoña». Pocos meses antes, la muerte de Carlos VIII de Francia, ocurrida el 8 de abril de 1498, había dado un vuelco a la situación europea. Su sucesor, Luis XII, reclamo los derechos al ducado de Milán obligando Maximiliano I a solicitar la ayuda de Isabel y Fernando, en virtud de la alianza que había firmado. Felipe, proclive a Francia, no participaba en los planes de su padre.

La muerte del príncipe Miguel a la edad de dos años, hacía recaer la herencia de los reinos españoles en Juana, segunda hija de Isabel y Fernando. A tal efecto, los monarcas urgieron a los archiduquesa a trasladarse a España para ser jurados herederos ante las cortes. Diversas dificultades políticas, así como nuevo embarazo de Juana, retrasaron la marcha de los príncipes a Castilla. Juana, a pesar de los desvíos de su esposo, tendría seis hijos: Leonor en 1498, Carlos en 1500, Isabel en 1501, Fernando en 1503, María en 1505 y Catalina en 1507. Después del nacimiento de la princesa Isabel comenzaron efectuarse los preparativos para la partida. El ofrecimiento del monarca francés de paz con España y con Maximiliano I, para que los archiduques hicieran el trayecto por su territorio, aconsejo desestimar la peligrosa ruta marítima. El 4 de noviembre de 1501 los archiduques abandonaban Bruselas, escoltados por un interminable cortejo. Sólo la servidumbre pasaba de 200 personas. La fila de carruajes que transportaban un enorme ajuar, se perdía en el horizonte. El 7 de diciembre llegaban a Blois, donde fueron recibidos por los reyes de Francia. Felipe hizo al monarca galo la reverencia según el protocolo. Juana, al tocarle su turno, ante el intento de Luis XII de darla un beso, inclinó la cabeza hacia atrás. Cuando se la pudo convencer de que se acomodara a la costumbre, Juana acepto el beso del monarca galo. Los archiduques permanecieron varios días en la corte francesa, siendo agasajados por su rey con fiestas, cacerías, bailes y juegos. Juana siguió causando problemas de protocolo. A mediados de diciembre continuaron el viaje, llegando el 26 de enero a la frontera española. El 22 de mayo de 1502, ante las cortes reunidas en Toledo y en presencia de los Reyes Católicos, los príncipes fueron reconocidos herederos de los reinos castellanos. El 27 de octubre y ante las cortes que Fernando había ordenado convocar en Zaragoza, Juana y Felipe fueron reconocidos herederos del reino de Aragón, para así y sus descendientes, con la salvedad de que si la Reina Isabel falleciese y el Rey Fernando II de Aragón volví a casarse y tuviera descendencia masculina, dicho juramento carecería de validez.

Al recaer sobre Juana y Felipe la herencia de los Reyes hispánicos, el clima político europeo iba a sufrir profundos cambios, desequilibrandose bruscamente. Felipe ya era soberano de Flandes, heredero de la poderosa española y a la muerte de su padre, heredaría Austria e incluso el imperio alemán.

Felipe estaba llamado a ser el monarca más poderoso de la cristiandad. No era extraño que Francia, Inglaterra, Austria, España y hasta los estados pontificios, tratan de ganarse el favor de tan poderoso señor. Todo esto hizo que Felipe se encontrará apresado en una intrincada madeja de influencias, obligaciones y presiones, para las que no estaba capacitado, teniendo las complejas combinaciones que organizaban sus consejeros. Su padre, Maximiliano, le presionaba para que recuperase Borgoña de manos francesas y que hiciera la guerra a la rebelde provincia de Güeldres, pero los estados generales, más atentos al desarrollo del comercio, no querían saber nada de guerras y le negaron rotundamente los subsidios que necesitaba.

La guerra que iba estallar entre España y Francia ponía a Felipe en un difícil dilema ¿iba a traicionar Felipe a su amigo Luis XII la mejor solución, le dijeron sus consejeros, era partir para Flandes. Ni la súplicas que le hizo Isabel, que estaba enferma en Madrid, ni el hecho de que Juana estuviera en avanzado estado de gestación demoraron su partida. Finalmente el 22 de diciembre de 1502 partía para Flandes a través de Francia. Efectivamente, el 29 de diciembre de 1503, se entrevistaba en Lion con Luis XII, en contra de las instrucciones de Fernando. Felipe sellaba rápidamente un tratado con Luis XII que perjudicaba claramente los intereses del Rey católico en Nápoles. Después se reunió con su padre en Innsbruck y visitó varias ciudades alemanas, llegando finalmente a Malinas a mediados de noviembre, donde se reunió con sus hijos Juana, después de alumbrar a su hijo Fernando, dio muestras de una gran impaciencia por reunirse con su esposo. La demora de su partida la llevo a mantener duros enfrentamientos verbales con su madre, causándole cierta inestabilidad mental y fuertes depresiones nerviosas. Isabel y Fernando comprendieron que era imposible retener a Juana por más tiempo. En marzo de 1504 Juana embarcaba en Laredo rumbo a Flandes. Las difíciles relaciones de Juana con su esposo, así como el aislamiento en que este la tuvo, contribuyeron a una progresiva degradación mental de la princesa, cuya abulia y desinterés por las cosas la llevo a no querer hablar con los embajadores que su madre había enviado para que la informarán de la enfermedad que aquejaba a su hija. Así estaban las cosas cuando se produjo el fallecimiento de Isabel I de Castilla, el 26 de noviembre de 1504. Es a partir de este momento cuando la figura de Juan Manuel, el señor de Belmonte, empezar a tomar importancia. Descendían Juan Manuel del Infante Juan Manuel, hijo de Fernando III el Santo. Caso el señor de Belmonte con Catalina de Castilla, la que por su padre, el marqués de poza, descendía de Diego de Castilla, bastardo de Pedro I el Cruel, siendo por tanto los cónyuges de sangre real. Era Juan Manuel hombre agudo ingenioso, afable y buen cortesano de escasos caudales. Nombrado por Isabel y Fernando embajador ante Maximiliano I, tuvo que trasladarse a Flandes con el embajador Fuensalida, quien pronto aprecio que Juan Manuel iba conquistando la confianza de Felipe y la de sus más allegados consejeros, utilizaría en contra de sus señores naturales, los Reyes Católicos. Tras la muerte de Isabel I, el embajador Fuensalida escribió un detallado informe a Fernando en el canalizaba, con gran clarividencia, la situación y los sentimientos existentes en Flandes, venía decir Fuensalida que había levantado mucha inquietud y desconfianza el que Fernando hubiera sido nombrado gobernador de Castilla a perpetuidad puesto que estaba todavía estaba en edad de desposarse, y si lo hacía y tenía descendencia, los archiduque perderían la herencia de los reinos hispánicos. Que si el monarca portugués entregaba a Fernando a Juana la Beltraneja, para que se casara con ella, además de despertar viejo sucesos, el reino de Castilla pasaría ser nuevamente suyo. Añadía, como coletilla final, que Felipe había hecho regresar a Juan Manuel. Los gérmenes de la discordia entre Fernando y Felipe estaban servidos. Felipe se apresuró a enviar a España como embajador a Filiberto de Beire, máximo representante del partido francófilo. Mientras tanto Fernando había convocado cortes en Toro para el 11 de enero. Conforme al testamento de la reina católica, se jurado Juana como reina de Castilla y al rey Fernando como gobernador ante la ausencia o incapacidad de su hija. Estaba claro que si Juana era declarada incapaz para gobernar tampoco podía hacerlo Felipe. Sin embargo, ni el testamento de Isabel I ni el juramento en las Cortes de Toro iban a ser suficientes para detener las ambiciones de la nobleza castellana. Había muchos nobles en Castilla que se sentían dolidos por la autoría de Fernando II de Aragón y de no haber recibido un pago justo por sus altos merecimientos. En esta situación estaban los poderosos duques de Béjar; de Medina-Sidonia, que llego a ofrecer a Felipe 2000 jinetes y 8000 hombres de infantería si hacía su entrada por Andalucía y le nombraba gobernador; El marqués de Villena, el conde de Benavente y otros muchos más. En la primavera de 1505 los nobles castellanos leales a Fernando constituían la exigua cantidad de cuatro: el Duque de Alba, el conde de Tendilla, el conde de Cifuentes y el gobernador de Granada. El embajador flamenco escribía a Felipe «que no quedaba zapatero en la corte que no escriba para ofrecerse a vos¨. Todos miraban a Flandes, donde enviaban emisarios y misivas soñando con las pasadas discordias políticas que les habían permitido acumular los enormes patrimonios que hoy disfrutaba. Lo mismo pensaba Juan Manuel, que en una de sus cartas decía “en los tiempo de paz pocos son los que ganan, y en los tiempos revueltos se hacen los hombres» será él quien aglutinará en torno a Felipe a la descontenta y díscola nobleza castellana, aunque para ello tenga que prometer que intentar a cumplir todas las demandas que le haga los nobles.

Fernando II de Aragón y V de Castilla, al sentirse cada vez más aislado, dispuso una embajada a Flandes para persuadir a su hija Juana de que abdicara de la corona de Castilla, como único medio de que volviera a reinar la paz en el reino. A tal efecto dispuso la marcha de Conchinos, antiguo secretario de Juana, a Flances, de Juan de Fonseca, obispo de Córdoba y el antiguo confesor de la archiduquesa, y del noble aragonés Miguel Ferreira, copero del monarca. Llegados a Bruselas, pudieron entrevistarse con Juana y convencerla de que escribiese y firmara una carta en la que confería a su padre el gobierno del reino. Se delegó en Miguel Ferreira para que llevase el precioso documento a España. Pero este traicionó a Fernando y lo entregó directamente a Felipe. Las consecuencias de este episodio fueron desagradables para Juana. Felipe, para evitar que se produjera otra situación como aquella, ordenó confinar a su esposa bajo férrea vigilancia, con una guardia de 12 soldados a la puerta de su cámara y la prohibición de que los españoles tuvieran acceso a su persona.

La respuesta de Felipe no se hizo esperar. El 29 de marzo de 1505 se reunía con su padre en Hagenan. Al día siguiente llegó el cardenal de Rouen, enviado de Luis XII Francia. El día 4 de abril quedaba ratificado el tratado de Blois, por el que Luis XII recibía el ducado de Milán comprometiéndose los tres a emprender acciones bélicas contra Fernando. Si la relaciones entre Fernando de Aragón y Felipe era ya difíciles a partir de ahora entrarían en un acelerado deterioro.

La guerra contra Güeldres y la preñez de Juana, impidieron a Felipe acelerar su marcha España, teniendo que dedicar varios meses de 1505 a los problemas internos de su reino y descuidar los asuntos de España. No obstante, una vez que obtuvo el apoyo de los grandes de España, envío cartas de gran significación política y dividió el reino en esferas de influencia. Entrego al duque de Medina-Sidonia toda Andalucía; a Fadrique Enríquez le entregó el almirantazgo; El resto quedaba bajo las órdenes de su hombre de confianza, de Veyre.

El retraso de Felipe en marchar hacia España fue aprovechado por Fernando para desbaratar la alianza del archiduque con Luis XII y Maximiliano. Las negociaciones de Fernando para contraer matrimonio con Germana de Fox, sobrina de Luis XII de Francia, llegaron a buen fin. Fernando no tuvo más remedio que aceptar las duras condiciones que impuso el monarca galo, pero era lo único que le quedaba por hacer si no quería verse expulsado de Castilla y sostener una guerra contra tres poderosos enemigos. El 12 de octubre de 1505, quedaba firmado el tratado con Luis XII, celebrándose el matrimonio siete días más tarde. Fernando consiguió su objetivo, aunque no cumpliría ninguna de las promesas hechas a Luis XII, que se apresuro a mandar tropas a la frontera con Flandes y una escuadra a las aguas del canal. La actitud amenazadora de Francia obligo a Felipe y a sus consejeros a buscar una solución negociada, que se concretó en la llamada Concordia de Salamanca. El acuerdo supuso para Fernando un gran triunfo político, ya que se le reconocía el título de rey de Castilla. El reino sería regido mancomunadamente por Juana, por Felipe y por Fernando, correspondiendo a este la mitad de la rentas del reino. La comprometida situación de Felipe obligó a firmar el tratado.

Liquidada la guerra de Güeldres y superadas las dificultades financieras, para hacer frente al enorme gasto que suponía el viaje España, la flota pudo hacerse a la mar desde el puerto de Middleburg el 8 de enero de 1506. En Flesinga se lo unieron otros 26 navíos, con lo que la flota estuvo formada por 50 barcos. Felipe y Juana, junto con una parte de su séquito, había embarcado en una lujosa embarcación de 450 toneladas. Felipe llevaba en sus naves a 2000 lansquenetes, con los que si era necesario, pensaba presentar batalla su suegro. Cinco días después de su partida una fuerte Galerna sorprendió y disperso a la flota, que se vio obligada a buscar refugio ingles.

El rey Enrique VII tan pronto como tuvo conocimiento de la forzosa arribada de Felipe y Juana, ordenó que se les facilitará alojamiento y todo lo que necesitaran. En el fondo Enrique VII no estaba dispuesto a que Felipe marchara a su reino sin haber logrado su propósito. No obstante, Felipe dejaría de cumplir muchas de las sus cláusulas excepto la entrega del Duque de Suuffolkr

Llegaron a la Coruña el día 26 de abril. El desembarco en esta ciudad no fue una casualidad sino fruto de una medita decisión. Galicia, cuyos nobles habían abrazado con entusiasmo la causa de Felipe, estaban lo suficientemente lejos de Laredo, donde le esperaba Fernando de Aragón. Por su parte, Juan Manuel habían elaborado la estrategia de retrasar todo lo posible el encuentro con Fernando. Tan pronto se supo que Felipe y Juana habían desembarcado en La Coruña, un tropel de nobles se pusieron a disposición de Felipe. Juana, nada más pisar tierra española, advirtió que había venido para entrevistarse con su padre y no para desposeerlo de los reinos castellanos. En consecuencia, Juana se negó a confirmar los privilegios de las villas en tanto no viera a su padre. La actitud de Juana hizo que Felipe, igual que había hecho Flandes, aislara a su esposa rodeándola de guardias impidiendo que tuviera trato con ninguna persona que no gozara de su confianza. Felipe les anuncio que no estaba dispuesto a reconocer la Concordia de Salamanca y que e opondría a cualquier pacto que menoscabara su derecho a ejercer el exclusivo gobierno en Castilla.

Fernando de Aragón, tan pronto supo de la llegada de su yerno, envió emisarios para concertar una entrevista y arreglar amistosamente las diferencias que le separaban y poder marchar con toda prontitud a Nápoles. El resto de consejeros de Felipe, temiendo que la astucia política de Fernando sería más que suficiente para convencerle sistemáticamente, fueron posponiendo el encuentro.

La situación se iba decantando claramente a favor de Felipe. Los nobles, que habían pensado en una rápida solución se vieron defraudados, pues Juan Manuel que conocía perfectamente su mentalidad, había logrado una estrategia que dilataba la consecución de sus ambiciones. Finalmente, la nobleza sólo conseguiría unas migajas de cuánto pedía. El ambiente degradante de los nobles, que se veían obligados a recorrer los pasillos en espera de que Felipe les concediera audiencia, que indefectiblemente se les negaba, les hizo comprender, aunque lentamente, que en el nuevo orden, en el que los flamencos iban a ocupar los mejores cargos, era poco lo que quedaba para ellos. Felipe, acosado por los nobles, tendrá que reunirse con sus consejeros en secreto, y, cuando queria salir de caza lo tenía que hacer a escondidas. Estos hechos empezaron a influir en el ánimo de los nobles, manifestándose las primeras disensiones y un incipiente sentimiento de odio hacia los flamencos, que iría creciendo con el paso de los días. Aunque, de momento, estas manifestaciones quedaron circunscritas en el ámbito de la corte.

Fernando de Aragón inició un lento peregrinar hacia la corte de Felipe, que se había trasladado a Santiago de Compostela. Juan Manuel creyó que la Coruña no era apta para la defensa, en caso de un hipotético ataque de Fernando.

Mientras la popularidad de Felipe se acrecentaba, la de Fernando de Aragón iba decreciendo aceleradamente. Ya no sólo le abandonaba los nobles, sino también los prelados, lo que hacía su situación cada vez más difícil. La estrategia de Juan Manuel de retrasar el encuentro se mostraba eficaz. Mientras Felipe avanzaba lentamente hacia tierras leonesas, Fernando de Aragón, que veía acercase su derrota, esgrimió el argumento de la necesidad que tenía de amarchar a Nápoles, acuciado por Fernandez de Cordoba, el Gran Capitán, para resolver los problemas que tenía pendientes. Finalmente, una vez que Fernando se plegó a todas las exigencias de sus enemigos, Felipe se avino a entrevistarse con su suegro. El 20 de junio de 1506, Ambos se presentaron en Remesal, una pequeña alquería próxima a la Puebla de Sanabria, en la provincia de Zamora. Felipe, embutido en su coraza, se presentó con todas sus tropas, 2000 lansquenetes alemanes armados con picas y un gran número de jinetes, en orden de batalla. Por el contrario, Fernando de Aragón se presentó totalmente desarmado, acompañado de su fiel Duque de Alba, de algunos fieles caballeros y de los oficiales de su casa, que en total no pasarían de 200, montados en mula y luciendo como arma la espada de gala.

La entrevista entre suegro y yerno fue breve y no hubo acuerdo sobre la gobernanza del reino de Castilla incólume ante los argumentos persuasivos de Fernando de Aragón y no soltó prenda. También le fue negado a Fernando el permiso para entrevistarse con su hija. En definitiva, lo que Felipe deseaba resueltamente era que Fernando se marchará a su reino patrimonial de Aragón y le dejará gobernar con toda libertad en Castilla. El 27 de julio, Fernando de Aragón, ante el arzobispo Cisneros, Juan Manuel y Ville, firma la capitulación en la iglesia de Villafáfila. Fernando de Aragón se retiraba a su reino patrimonial de Aragón y más tarde marcharía a Nápoles.

Felipe I dueño ya del poder, empezó a gobernar. Las ciudades no secundaron los deseos de Felipe de apartar a la Reina Juana del gobierno, por lo que recurrió a los nobles. Éstos estaban dispuestos a reconocer la incapacidad de Juana, pero almirante de Castilla, Pedro López de Padilla, que ya había tenido algunos enfrentamientos con Felipe, no iba a dar su consentimiento mientras no comprobara el estado mental de la Reina. Felipe se vio obligado a permitir la entrevista que tuvo lugar en el castillo de Mucientes, donde Juana se hallaba recluida. El almirante, tras hablar largamente con Juana, concluyó que no había razones suficientes para que permaneciera encerrada y aconsejo que debería ser llevada a Valladolid para que presidiera las sesiones de las cortes que allí se iban a celebrar, la actuación del almirante no era totalmente altruista, pues subyacía el resentimiento contra Felipe por su manera de proceder en el reparto de los cargos.

Mientras tanto, Felipe I, sin contar para nada con su esposa dilapidaba el patrimonio concediendo privilegios, fortalezas, villas, ciudades y rentas a los flamencos y a los adictos a su causa, al tiempo que despojaba de sus cargos a los antiguos servidores de Isabel y Fernando. Despojo a los marqueses de Moya, no si luchar, del Alcázar de Segovia que Isabel había dejado en testamento a su íntima amiga Beatriz de Bobadilla, para entregárselo a su valido Juan Manuel, al que también donó las fortalezas de Atienza, Jaén, Burgos y Plasencia.

Las presiones de Felipe para declarar a su esposa incapaz para gobernar, llevaron a los procuradores a solicitar una audiencia con la reina. Juana, en presencia de su esposo, con mucha tranquilidad, escuchó a los procuradores y las preguntas que estos le formularon. ¿Tenía intención de gobernar sola? ¿Deseaba que su consorte reinará con ella? ¿Por qué no quería vestir a la española y tener a su servicio damas como correspondía una reina? La respuesta de Juana fueron bastante cuerdas «no le parece conveniente, contestó, que su reino sea regido por los flamencos; su deseo era que su padre siguiera en el reino hasta la mayor de edad de su hijo Carlos. Pensaba vestirse a la española; pero un cuanto a las damas de la corte esto era asunto suyo y no de los procuradores” Ella conocía muy bien el carácter de su esposo y no quería tener en casa a ninguna otra mujer. Los procuradores no se atrevieron a descalificar a Juana y Felipe muy a su pesar se vio obligado a recomponer las complejas relaciones que mantenía con su esposa.

El día 10 de julio de 1506 los Reyes hacían su entrada en Valladolid. Juana, embarazada de cinco meses, vestía de riguroso luto, que contrastaban fuertemente con el caballo blanco que montada. El día 12, Felipe condujo a su esposa ante los procuradores, quien juraron a Juana como reina y a Felipe como rey consorte y al primogénito de ambos, Carlos, como heredero. Si bien Felipe no había conseguido que se declarase a Juana incapaz para gobernar, obtenía un gobierno personal que en definitiva era lo que había deseado.

Las muchas Mercedes que tuvo que repartir Felipe entre todos aquellos que le habían ayudado a conseguir el reino, dejaron sus arcas vacías. A los lansquenetes que había traído consigo se les debía la paga. Los campesinos se negaron a que se le subirán los impuestos. Felipe, ante la penuria económica que padecía, tuvo que recurrir a la venta de cargos para conseguir dinero. Y aparte a dos meses de la jura de Valladolid, los grandes de España se apercibieron de que aquellos no les había tocado prácticamente nada en el repartimiento de Mercedes. La situación iba camino de convertirse en explosiva y el odio hacia los flamencos empezó a manifestarse continuamente. En el exterior los conflictos volvieron a aparecer. La guerra con Güeldres se reanudo con el apoyo que Luis XII prestaba los rebeldes y la connivencia de Fernando de Aragón, con lo que la relaciones entre yerno y suegro alcanzaron su punto más bajo. La Concordia de Villafáfila se convirtió en papel mojado, incumplimiento sistemático de todos sus términos. En el año 1506, la situación social y económica en que se encontraba Castilla era desastrosa. La pertinaz sequía, causa de las malas cosechas y de la peste, originaban el desabastecimiento de las poblaciones y una gran mortandad. Miles de desarraigados recorría los caminos de Castilla buscando desesperadamente la forma de sobrevivir, huyendo de las hambrunas y de la peste. Esta situación calamitosa crearía una grave situación financiera impediría que los servidores de la casa Real pudieran cobrar sus sueldos.

El 2 de septiembre, Felipe abandonaba Tudela de Duero, donde la corte había tenido que detenerse varios días por enfermedad de la reina Juana, camino de Burgos, adonde llegaron cinco días después. Inmediatamente, Juan Manuel se posesionó de la formidable fortaleza burgalesa, y Felipe y Juana se alojaron en la casa del Cordón, después de desalojar al condestable de Castilla y a su esposa, Juana de Aragón hija bastarda de Fernando de Aragón y por lo tanto hermanastra de Juana.

Burgos era una fiesta. La ciudad obsequio a su nuevo rey con corridas de toros, bailes, fiestas y cacerías. Felipe llevaba una vida entregada los placeres, rodeado de jóvenes que le proporcionaban aventuras y bellas doncellas, frecuentando a menudo lugares disolutos. Su favorito, Juan Manuel, también quiero festejar a su señor y el 16 de septiembre organizo un gran banquete en la fortaleza a la que no asistió Juana. Después del festín, Juan Manuel invito al rey y a unos cuantos caballeros a una cabalgada por los campos. Al regreso, Felipe se sintió con fuerzas para retar a un partido de pelota a un fornido Vizcaíno, capitán de su guardia. Terminado el partido, Felipe se sintió muy cansado y con una sed abrasadora, bebiendo de un jarro de agua fría con ansia. En los días siguientes, a pesar que tenía fiebre, siguió haciendo su vida normal. Pero ya el 19, acometido de escalofríos, fue necesario llamar al médico. El día 20, además de alta fiebre y de dolor en el costado, empezó a tener vómitos de sangre. El médico pudo comprobar como el cuerpo del paciente estaba salpicado de erupciones, como si se tratase de viruela, así como una fuerte hinchazón de la garganta, en el paladar y en la lengua. Mientras, los médicos creían poder curarle con purgas y sangrías. El día 23 estuvo continuamente atormentado por diarreas y consumiéndose lentamente. La extrema gravedad en que se encontraba aconsejo administrarle la extrema unción, muriendo el día 25, hacia las 2:00 de la tarde a los 28 años de edad.

La sospecha de envenenamiento se manifestó desde el principio de la enfermedad de Felipe. En cualquier caso, la opinión más unánime de los médicos y cronistas culparon a la peste de ser la causante de su muerte. La epidemia venía extendiéndose por toda España desde 1502. En 1506, un año terrible a consecuencia de una pertinaz sequía que se había iniciado en el invierno anterior. Precisamente, Felipe había tenido que abandonar Valladolid huyendo de la pestilencia que allí se había declarado, y que se extendió a Burgos.

Todavía no había expirado Felipe, cuando ya se temía el estallido de alborotos y conflictos armados, sobre todo por parte de los flamencos. El arzobispo Cisneros, en previsión de que estallase una guerra civil entre los grandes de España, o que se cometiera una masacre entre los odiados flamencos, se hizo con el poder. Inmediatamente dio cuenta Fernando de Aragón de los sucesos acaecidos, urgiéndole a que regresará pronto de Nápoles para hacerse cargo de la regencia del reino, ante la incapacidad de su hija one Juana para gobernar.

El reinado de Felipe I fue efímero, apenas duró un par de meses desde que fuera jurado en Valladolid. Su temprana muerte le ahorro tener que enfrentarse a los varios conflictos que ya se estaba gestando: luchar contra las acechanzas que le preparaba su maquiavélico suegro; gobernar un pueblo que le era totalmente desconocido, cuya nobleza, descontenta de verse privada de las numerosas Mercedes que esperaba recibir por haberse pasado a su bando, daba ya muestras de no estar conforme con el reparto; y, por último, hacer frente a las ambiciones de los franceses, siempre dispuestos a saltar sobre España, Flandes.

Del matrimonio con Juana I de Castilla nacieron 6 hijos:

* Leonor: (Lovaina, 24 de noviembre de 1498 – Talavera la Real, 18 de febrero de 1558). Archiduquesa de Austria. Casada con el rey Manuel I de Portugal y, tras varios años de viudez, con Francisco I de Francia.
* Carlos: (Gante, 24 de febrero de 1500 – Cuacos de Yuste, 21 de septiembre de 1558). Rey de España (1516–1556) y de Nápoles (1516–1554), bajo el nombre de Carlos I; y Emperador del Sacro Imperio Romano Germánico (1519–1558), bajo el nombre de Carlos V.
* Isabel: (Bruselas, 18 de julio de 1501 – Zwijnaarde, Gante, 19 de enero de 1526). Archiduquesa de Austria. Casada con el rey Cristián II de Dinamarca.
* Fernando: (Alcalá de Henares, 10 de marzo de 1503 – Viena, 27 de julio de 1564). Archiduque de Austria, Rey de Bohemia (1526–1564), de Hungría (1526–1538, 1540–1564) y Emperador del Sacro Imperio Romano Germánico (1558–1564) casado con Ana Jagellón de Hungría y Bohemia.
* María: (Bruselas, 15 de septiembre de 1505 – Cigales, 18 de octubre de 1558). Archiduquesa de Austria. Casada con Luis II Jagellón, Rey de Hungría, Bohemia y Croacia.
* Catalina: (Torquemada, 4 de enero de 1507 – Lisboa, 12 de enero de 1578). Archiduquesa de Austria. Casada con el rey Juan III de Portugal.

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