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El día que Felipe se convirtió en Principe de Asturias. “Tu cruz, tu cruz de Rey”

Hacía 140 años que en el santuario de Covadonga, en la histórica tierra de Asturias donde todo volvió a empezar, no se proclamaba a un Príncipe de Asturias, un heredero de la Corona de España. Felipe de Borbón y Grecia, a tres meses de cumplir los 10 años, aparecía la mañana del 1 de noviembre de 1977 en la explanada del Santuario para ser proclamado solemnemente como Príncipe de Asturias. Se iban a cumplir dos años desde que, oficialmente, Felipe de Borbón y Grecia era el Principe heredero de la recién restaurada Monarquía Española en la figura de su padre el Rey Juan Carlos I.

“Tu cruz, tu cruz de Rey”

 

La felicidad que transmitía su rostro, se tornaba en seriedad en diversas ocasiones como si el pequeño príncipe comprendiera el alcance y trascendencia de aquel acto del que era el protagonista y que le convertiría 40 años más tarde en un gran Rey. Se escuchó el «Asturias, patria querida» en la explanada de Covadonga y Don Felipe recibió el título de Príncipe de Asturias, que acredita a los herederos de la Corona desde 1388, y la venera acreditativa de tal distinción. Con la Cruz de la Victoria en el pecho, el pequeño Príncipe saludó efusivamente a los cientos de personas congregadas en Covadonga.

La Familia Real al completo viajó con el pequeño Príncipe hasta Asturias. Su madre, la Gran Reina Sofia, sus hermanas, las Infantas Elena y Cristina y su padre el Rey Juan Carlos. La comitiva llegó al medio día, uniéndose a ella las primeras autoridades de la provincia. A la entrada de la Cueva de la Santina, sonaron las voces de la escolanía, de la que el Príncipe Felipe era miembro de honor desde ese día. Miles de personas se acercaron al entorno de la Basílica para ver a la Familia Real, que llegó subida en su coche oficial, conducido por el propio Rey Juan Carlos.

Don Felipe  protagonizó un momento muy especial al finalizar el acto. Subido en el coche oficial, que conducía de nuevo su padre el Rey, decidió bajar la capota del para que el Príncipe saludase a las miles de personas congregadas. Junto a sus hermanas, se puso en pie en el asiento de atrás para recibir el cariño de los asturianos en un gesto que se repitió después en múltiples ocasiones.

Los tiempos que vive el Rey Felipe VI, con la crisis del golpe de Estado dado por el destituido gobierno autonómico de la región de Cataluña, son completamente diferentes de aquel mes de noviembre, aunque se puede comparar con nuestros tiempos, ya que si Don Felipe ha conseguido ser el muro de contención de los Golpista y el nexo de unión de toda la nación y de los líderes democráticos actuales, Su Majestad el Rey Juan Carlos I, su padre, hizo lo mismo con la recién puesta en marcha transición española que culminó con nuestra primera constitución democrática, la de 1978, y su defensa cuando paro el anterior Golpe de Estado de 1981.

Se celebró una solemne misa en el Santuario que fue oficiada por al arzobispo Díaz Merchán, tras la que se inició en la explanada el acto de proclamación del Príncipe de Asturias. En un sencilla escenario, se sentaron Don Felipe, Doña Sofia, el Rey Don Juan Carlos y las dos Infantas.

El Rey Juan Carlos se dirigió al pequeño príncipe que escuchaba atento las palabras de su padre.“Esa Cruz de la Victoria que llevas sobre el pecho es, efectivamente, una victoria que hemos de conquistar todos los españoles. Una victoria sobre el egoísmo y la ambición, sobre la incultura y la ignorancia, sobre el atraso y la pobreza, sobre la pereza y la disgregación, sobre la incomprensión y las diferencias negativas. Una victoria que es preciso conseguir y consolidar cada día. Esa Cruz significa también tu cruz. Tu cruz de Rey. La que debes llevar con honra y nobleza, como exige la Corona: ni un minuto de descanso, ni el temblor del desfallecimiento, ni una duda en el servicio a los españoles y a sus destinos». Palabras que quedaron marcadas en la memoria del Rey Felipe VI.

Prosiguió el Rey con sus palabras “La función de la Monarquía es integradora. Afecta a la esencialidad. Plasma y vincula en su espíritu lo que hay en común, lo que nos hermana La tierra, las rocas, el cielo son elementos distintos. Pero todos ellos armonizan en una obra acabada y completa en la que se exalta la vida. Los hombres y las regiones, de igual modo, forman una gran familia. Siendo distintos unos de otros, cobran su máxima identidad cuando se sienten armonizados y complementarios. El Rey, la Monarquía, sirve a esa profunda identidad común y esencial. Por encima de lo mutable y transitorio, pero respetando sus rasgos, sirve a las identidades plurales de su pueblo. Las quiere todas tal como ellas se quieren a sí mismas, en libertad y en paz. Pero también miembros de una familia”.

Su padre el Rey, era el motor de la incipiente democracia en España, pero el edificio que durante 40 años había construido el Franquismo era difícil de derribar. Juan Carlos I se había propuesto hacerlo, poco a poco, para dar paso a la primera democracia en España. Apenas dos años hacía que había fallecido Francisco Franco y su autoproclamado heredero político, Arias Navarro,  había dimitido hacía menos de un año y medio. La incógnita Adolfo Suarez, ya presidente del Gobierno, había conseguido que en 15 meses los españoles hubieran votado en un referéndum y en las primeras elecciones generales democráticas de nuestra historia.

En ese marco se encontraba el Reino de España, donde la esperanza e ilusión de miles de españoles ponían sus ojos en el Rey Juan Carlos y en su pequeño heredero que había sido proclamado solemnemente Heredero de la Corona de España, tal y como ahora hacen millones de españoles ante el desafío que hoy tenemos delante.

4 Comments

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  2. Carolina rodriguez garcia says

    Que gran Rey tenemos y un gran profesional. Demostrandolo en los momentos mas delicados de la democracia .

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  3. Edelmira Rodríguez Martín says

    DON JUAN, HIJO DE REY, PADRE DE REY

    Estoy seguro de que cuando un tema es estudiado con verdadero interés y llega a conocer a fondo, las conclusiones que de él se saca son, por lo general, desapasionadas y ponderadas. El llegar hasta la última raiz de un asunto supone conocer todos los matices y condicionamientos. Y si, además, contamos con la serena perspectiva del tiempo inmediatamente pasado, la visión imparcial y ecúanime será más completa. Mas quien se instale en la epidermis de un problema sacará, que duda cabe, conclusiones muy superficiales y, en consecuencia, desdichadamente parciales.

    Si hay algo fuera de dudas es la calidad humana de Don Juan, siempre anticipada, tantas veces comprobada, enriquecedora, cuando las razones y las esperanzas más legítimas solían replegarse hacia sus manantiales más profundos -así las sensitivas «aguas vivas» del mar-, cuando el prestigio de la causa apenas si podía aflorar desde el fondo espiritual de la patria -alguna vez lo he dicho- y no tan sólo como esencia instraferible de su valiosa bibliografía y de su augusta estirpe, sino también -quisiera dar justamente en el meollo de la cuestión- como fundamento principal e inmarcesible de su sacrificio ejemplar de su resonancia indiscutiblemente gloriosa.

    Don Juan de Borbón, hijo de Rey, padre de Rey, no tiene equivalentes, y pienso que su serenidad e hidalguía de auténtico español -además de responsable, generoso y valiente- ocupa hoy un lugar preferente y abundante en nuestro país, que ya en plena libertad y madurez, aplaude cordial y multitudinariamente su entrega absoluta al servicio de la voluntad democratizadora de la Monarquía constitucional. Más aún, creo que todos los hombres de bien, al margen de las ópticas empañadas o meramente superficiales, hemos comprendido con cierta reflexión y rigor intelectual que las actuaciones y actitudes del Conde de Barcelona -es mi idea y mi sentimiento- conformaron, posiblemente, el empujón más delicado y excepcional de cuantos han sido en la última historia de España. Entiéndaseme, alguna vez podrían ser penosas  y hasta dudosas, la espera y la esperanza, pero, hechas las cuentas claras, vemos cómo se inflama de luz admirable nuestra vida civil democrática como asunto nuestro, como un grande entusiasmo popular, garantizado por la Constitución, por el Rey y por todos los españoles. Ninguno de estos últimos, si no erróneo mi modo de entender, niega hoy al Conde de Barcelona su intenso y particular talante, su fascinante modo de ser y su excelsa manera de estar en la reciente historia, pero sobre todas las cosas, su antigua posición patriótica -jamás patriotera- ante aquello que entre los bien nacidos no debiera morir: la convivencia en paz, justicia y trabajo.

    Así os he visto, Alteza, desde hace muchos años: navegando esta mar nuestra, isloteña, que, a fuerza de salobres e indefensiones, democratizaron inveterada e ininterrumpidamente los arriesgados pescadores de las islas, cuyas almas sencillas y puras tenéis muy enraizadas en vuestro ancho y real corazón marino. Ver el mar, Señor, y admirar todas las eternidades posibles, y más que admirarlas, San Agustín, impávido, pretendía comprenderlas filosofando en voz alta frente al mar… «Hoy libre, siempre amarás el mar. El mar es tu espejo» dice la sabia doctrina poeta. Y es verdad, Alteza, porque vuestra humanidad parece especialmente construida -espíritu, vida y libertad- para el sentimiento y la aventura del mar; porque en vuestra mirada, tan clara y apaciguadamente tenaz, tan hecha a las olas y a los vientos -incluso cuando la marejada se encrespa y se alza para combatir el firmamento-, distingo y siento vuestra liberalidad señera y vuestra vivencia poética del mar… Es muy grande, Señor, la libertad que nos hace sentir el mar, la inconmesurable y abarcadora grandeza del mar.

    Lo cierto fue, Alteza, que vuestros viajes a bordo del pequeño, valiente » Saltillo», entre las islas atlánticas y antillanas, cuando aún habían aquí y allá hombres que atenazaban la libertad de otros hombres, os dieron la visión temprana de esta tierra de volcanes y del Arrecife, de gracia veneciana, e intuisteis instatáneamente, a escala de la mirada, nuestras grandes soledades, nuestro severo paisaje de silencio lunar y de ponientes extremos y mutantes…

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  4. Pingback: Una pica en Asturias. La Princesa en su casa | Casa Real de España (No Oficial)

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